Semiramis semiramis by Nuñez Alonso Alejandro

Semiramis semiramis by Nuñez Alonso Alejandro

autor:Nuñez Alonso Alejandro [Alejandro, Nuñez Alonso]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: - Divers
publicado: 2011-02-02T18:26:27+00:00


AUMENTA EL ESCANDALO

EL ESCÁNDALO DE LAS concubinas, como así empezó a llamársele en Kalah, trascendió a las ciudades vecinas, y como rumor con su dosis de picante, se extendió por el país en boca de los caravaneros. Razón tenía Zimma al decir que el bendito Marduk librase a los justos de picadura de escorpión y de lengua de caravanero.

Y todo porque Sinadul urdió su venganza con el escrúpulo corrosivo con que lo hubiera hecho un babilonio. Ofreció a Kalah un espectáculo lastimero de su aparatosa caída.

En principio dejó el lujoso, bordado y fino sayo cortesano para ceñirse la áspera túnica de oficial del ejército. Debió de comprada a algún mercader de viejo, pues jamás se vio uniforme más remendado y marchito. Al cuello, para que el contraste se hiciera más impresionante, el cordón y la estrella de Ishtar, el más estimado y codiciado galardón, puesto que sólo se gana vertiendo la sangre con fiero heroísmo en el campo de batalla. No llevaba en la diestra el bastón de consejero del rey, sino la vara para arrear los bueyes. Y la ciudad toda vio cómo Sinadul devolvía las cinco yuntas, pareja por pareja, a los corrales del templo de Samash. Aún vio más: cómo sus hijos, hijas y esposa, vestidos como las gentes del pueblo, conducían en triste comitiva a los esclavos pertenecientes al mismo templo, en grupos de diez; mas estas caravanas se repitieron tanto que no faltó lengua malévola que dijera que Sinadul entraba por una puerta de la ciudad, salía por otra y volvía a entrar para renovar con el espectáculo de la restitución la piedad de los transeúntes.

Se les vio guardar turno en las colas de los peticionarios de préstamos ante los tesoros de los templos, y las gentes sencillas se conmovían al contemplar tan agobiante desgracia. El empeño de alhajas lo efectuaron con lujo de incidentes. En vez de hacer las pignoraciones en los almacenes de los templos, que prestaban el máximo al interés más bajo, murmuraban que por órdenes de la reina no les admitían en dichos establecimientos las prendas, y que por ello se veían obligados a recurrir a los usureros más rigurosos. En sus tiendas

regateaban, imploraban a Asur, lloraban y se mesaban los cabellos. Y salían con el producto de las pignoraciones maldiciendo del dios personal que les había abandonado en tan cruel adversidad.

Los hijos no simulaban decir una lección aprendida. Se notaba en sus invocaciones y lamentos, en sus protestas e indignaciones, que eran sinceros. Sinadul logró contagiarles su desesperación. Sinadul no dejaba un solo día de acudir al patio de los Oidores, y como el Justo Sufriente del poema Ludlul bel nemeqi (<<Alabaré al señor de la sabiduría»), repetía gimiente, con voz lúgubre, algunas de sus estrofas:



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